
He imaginado a alguien
sentado en la acera.
Sangrando por alguien a quien amaba.
Y no por ello escupe su nombre
ni grita pudoroso contra si mismo.
Perros he visto morir en la calle
y no por eso ladran a su dueño.
Situó el revolver cerca de su boca,
Y tiñendo la calle de rojo sonrió.
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¿LA REALIDAD ES COMO ES?
“Es triste, pero, ¿qué le vamos a hacer? La realidad es como es”.
Sin embargo, la realidad no es ésta de modo inexorable. Está siendo ésta como podía ser otra y los progresistas tenemos que luchar para que sea otra. Me sentiría más que triste, desolado y sin encontrar sentido a mi presencia en este mundo si unas razones fuertes e indestructibles me convencieran de que la existencia humana se produce en el dominio de la determinación, dominio en el que difícilmente podríamos hablar de opciones, de decisión, de libertad, de ética. “¿Qué hacer? La realidad es como es”, sería el discurso universal; discurso monótono, repetitivo, como la propia existencia humana. En una historia determinada de ese modo, las posturas rebeldes no tienen cómo convertirse en revolucionarias.
Tengo derecho a tener rabia, a manifestarla, a tenerla como motivación para mi lucha, tal como tengo derecho a AMAR a expresar mi amor al mundo, a tenerlo como motivación de mi lucha porque, histórico, vivo la historia como tiempo de posibilidad y no de determinación. Si la realidad fuese así porque estuviese dicho que así tuviera que ser, ni siquiera habría por qué tener rabia. Mi derecho a la rabia presupone que, en la experiencia histórica de la que participo, el mañana no es algo “pre-dado”, sino un desafío, un problema.
Mi rabia, mi justa ira, se funda en mi revuelta ante la negación del derecho de “ser más” inscrito en la naturaleza de los seres humanos. Por eso, no puedo cruzarme de brazos, en plan fatalista, ante la miseria, vaciando de ese modo mi responsabilidad en el discurso cínico y “tibio” que habla de la imposibilidad de cambiar porque la realidad es como es. El discurso de la acomodación o de su defensa, el discurso de la exaltación del silencio impuesto del que se deriva la inmovilidad de los silenciados, el discurso del elogio de la adaptación, tomada como hado o sino, es un discurso negador de la humanización de cuya responsabilidad no nos podemos eximir. La adaptación a situaciones negadoras de la humanización sólo puede aceptarse como consecuencia de la experiencia dominadora o como ejercicio de resistencia, como táctica de lucha política: doy la impresión de que acepto hoy la condición de silenciado para luchar bien, cuando pueda, contra la negación de mí mismo. Es una cuestión ésta, de Legitimidad de la rabia contra la docilidad fatalista ante la negación de las gentes.
Paulo Freire. Pedagogía de la indignación
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