Alfonso Sastre, uno de mis grandes y favoritos dramaturgos, se ha visto envuelto y desenvuelto en una maraña de acusaciones por el “estado de derecho” que representa la peña del PP y de PSOE.
Hoy leo en el diario ABC firmado por Carlos Herrera, lo siguiente:
Es un dramaturgo mediocre y un muy eficaz banderín de enganche para un mundo en el que cada día proliferan más las caricaturas. Algo parecido le ocurrió al tonto de Bergamín -salvando las distancias- cuando descubrió desde Madrid que existía un mundo ficticio en el que reivindicar escenarios ficticios llenos de sangre y odio. Sangre y odios nada ficticios, por cierto. Que a estas alturas sujetos como los mentados, con la conciencia llena de sangre inocente, quieran establecer una plataforma supuestamente libertaria, luchadora por principios primitivamente nobles, resulta del todo punto intragable. La sociedad tiene derecho a defenderse, mediante la Justicia y la Ley, de pretensiones abyectas. Tras esa plataforma se esconden los de siempre, los que han aplaudido el pasado de Sastre y su familia, los que justifican la violencia, los que creen que la muerte de los clientes de la cafetería Rolando resultó «inevitable». Bloquear su paso no es limitar ninguna libertad: es sencillamente combatir decentemente por ella.”
Leer esta opinión es leer un texto gregario, aborregado, insulso y lleno de falta de respeto y de vacío histórico.
Alfonso Sastre recibió en 1993 el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Literatura Dramática. Perteneció a la Generación del 56. Tiene en su haber más de 40 de obras dramáticas, otros veinte ensayos, narrativa y poesía…
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